Hay dos palabras que empiezan por “a” entre las que dudaba para escribir este post, ambas relevantes para la relación de pareja. Una era aceptación, la otra amistad. Sin duda cultivar la amistad en la relación de pareja es un aspecto importante y deberíamos tratar de hacerlo. Cultivar el respeto, la complicidad, los momentos especiales compartidos, escuchar, apoyar… todo lo que pediríamos a nuestro mejor amigo. Sin embargo, creo que la aceptación está mucho antes de que podamos cultivar una buena amistad, por eso hoy, ha sido la elegida.

Es fácil aceptar los rasgos que nos gustan o admiramos en nuestra pareja, estas son posiblemente las cualidades por las que la elegimos. Sin embargo, la evolución y el cultivo del amor en la relación dependen de nuestra capacidad para aceptar los rasgos que menos nos gustan, comprenderlos e incluso llegar a quererlos.

A menudo, los rasgos que no nos gustan de nuestra pareja son aspectos que no toleramos en nosotros mismos. Quizá nos molesta su pasividad, o todo lo contrario, que no para nunca de hacer cosas… pero en el fondo, los rasgos que no nos gustan dicen mucho también de nosotros mismos. Parémonos a pensar por un momento en una característica que no nos guste de nuestra pareja, y hagámonos estas preguntas: ¿cómo es ese rasgo en mí?, ¿cómo me siento cuando mi pareja se comporta desde ahí?

Si queremos ir un poco más profundo, podremos ver que nuestra aceptación o rechazo tiene que ver con nuestra historia personal.

Podemos preguntarnos, ¿cómo era ese rasgo en las personas importantes de mi infancia? ¿cómo era en mi madre? ¿en mi padre?… Quizá estas preguntas puedan revelarnos algo interesante.

En un primer momento no necesitamos aceptar de golpe este rasgo que hasta ahora hemos rechazado, simplemente comenzar a explorar cómo se relaciona con nuestra historia personal, con el tipo de comportamiento o de rasgos que no nos permitimos a nosotros mismos.

Te daré un ejemplo. Al principio de mi relación, yo detestaba que mi pareja echara siestas después de comer. Lo vivía como una pérdida de tiempo, ¡había tanto por hacer!… Un día me di cuenta de que todo esto tenía que ver que con la falta de permiso que yo me daba para descansar, la prioridad que siempre he dado al hacer frente al placer y el descanso. Fue una revelación y tuve que admitir que en el fondo había un “si yo no me lo permito, tu tampoco”. Con el tiempo he convertido a mi pareja en mi maestro y entre muchas cosas, aprendí lo maravilloso que puede resultar una siesta, especialmente cuando la disfrutamos juntos.

Una vez que vemos cómo el rasgo o comportamiento que nos molesta en nuestra pareja tiene que ver con nuestros propios asuntos, puede suceder que necesitemos poner límites o hablar sobre ello.

Compartiré un ejemplo reciente extraído de la terapia (cambiando el nombre de mi paciente): Andrés sentía que necesitaba tiempo para sí mismo al final del día mientras su pareja Ana se empeñaba en que pasaran juntos ese final del día viendo la tele juntos. Cuando Andrés tomaba tiempo para él recibía reproches de Ana, que lo acusaba de ser egoísta y de “ir a su bola” y Andrés pensaba por su lado que Ana era una pesada y también egoísta. Andrés se dio cuenta de que de pequeño, su madre tendía a ser sobre protectora y a estar muy encima de él, y pocas veces tenía oportunidad de pararse a contactar con sus necesidades. Necesitaba su espacio y decidió abordarlo con Ana:

“Ana, sé cuánto te gusta que estemos juntos al final del día haciendo cualquier cosa, es verdad que no nos vemos en todo el día y el tiempo que nos queda para compartir es tan breve. A mí me encanta pasar tiempo contigo, y también siento que necesito tener tiempo para estar solo. Cuando estoy solo tengo la oportunidad de conectar más fácilmente con lo que necesito, me renueva el poder dedicarme un pequeño tiempo para mí por la noche, ya que durante el día con mi horario es imposible. Me gustaría que valoráramos cómo podemos combinar el hacer cosas juntos por la noche y que también yo pueda disfrutar de estar sólo, porque las dos cosas son importantes para mí.”

A partir de aquí se abrió un diálogo sin reproches donde Andrés y Ana pudieron decidir cómo repartir el tiempo que tenían de forma que ambos satisficieran sus necesidades. Ana también empezó a utilizar el tiempo a solas para comenzar a hacer cosas que le gustaban y retomar alguna vieja afición como el dibujo.

Hacer de nuestra pareja nuestro maestro y reflexionar sobre los aspectos propios que se despiertan cuando nos cuesta aceptar algo en nuestra pareja es una buena estrategia para crecer juntos y fomentar el amor  y la aceptación en la relación.