Las relaciones nos adentran en un fascinante viaje de autodescubrimiento, a lo largo del cual desarrollar una mayor conciencia sobre quiénes somos. Esta mayor conciencia nos permite a su vez encontrarnos con el otro de una manera más auténtica y amorosa.

En el escenario de la relación, la otra persona se convierte en nuestro mejor maestro. A partir de aquello que con el otro se moviliza en nosotros podemos tomar conciencia de partes negadas de nuestra personalidad, asuntos pendientes de nuestra biografía que esperan a ser resueltos, o de lecciones que en este momento de nuestras vidas sea importante aprender. Llevamos con nosotros un gran proyector con el cual, todo aquello que no encaja con nuestro autoconcepto sobre quienes somos, lo proyectamos hacia fuera y lo atribuimos a los demás. Todo aquello que digo no ser, lo veré en otros, tanto los rasgos que rechazo como los rasgos que admiro.

Pensemos en tres personas cuyos rasgos rechazamos ¿cuáles son los rasgos que rechazo en esa persona?, ¿cómo es este rasgo en mí?, ¿cómo era este rasgo en mi padre o mi madre?. Nuestro autoconcepto fue creado en la infancia, y por tanto muy influido por nuestro entorno familiar y social. Es necesaria una buena dosis de valentía para desafiarnos a nosotros mismos y reconocernos en rasgos que hasta ahora no tomábamos como propios.

A través de un mecanismo de proyección, el otro se convierte en nuestro espejo reflejándonos aquellos rasgos de nosotros que no aceptamos, y que guardamos en nuestro inconsciente cuidando de no mostrar ni actuar. Al hacernos la pregunta, ¿qué rasgos en concreto rechazo de esta persona? y devolver la mirada de nuevo hacia nosotros, se inicia un camino de autodescubrimiento donde, con valentía, reencontrarnos con nosotros de una manera más auténtica y profunda.

Con nuestras relaciones vamos reviviendo aquellos asuntos en nuestra biografía que quedaron sin resolver.

Transferimos en nuestras relaciones actuales de una manera inconsciente las pautas de relación que aprendimos en nuestra infancia.

así como los sentimientos y heridas tempranas aún por resolver. Estos asuntos no resueltos actúan como filtros a la hora de ver al otro en el aquí y ahora. Así por ejemplo podría tomar un enfado como una falta de amor, una au- sencia en un momento determinado como un abandono, o creer que si no complazco al otro no seré digno de amor. Estos sentimientos y reacciones tendrían más que ver con nuestros propios asuntos no resueltos que con la relación actual.

Cuando transferimos, el otro deja momentáneamente de ser quien es para nosotros, para ser un reflejo de alguien que fue importante y con quien tenemos una situación no resuelta, una herida pendiente de cicatrizar. Las heridas infantiles, que como niños no tuvimos los recursos de sanar, quedan archivadas en nuestro inconsciente reactivandose en nuestras relaciones, y clamando con ello ser sanadas. Esta es nuestra nueva oportunidad para sanar nuestro pasado y abrirnos a una mayor plenitud.

Nuestras relaciones están impregnadas de proyecciones y transferencias que inconscientemente dirigimos hacia el otro. El camino para mejorarlas comienza con la toma de con- ciencia de estos mecanismos inconscientes, reapropiándonos de aquello que hasta ahora proyectábamos en el otro y dándonos cuenta de cuales son las heridas que mantenemos aun sin resolver. La profunda aceptación de aquello que vamos haciendo consciente tiene el poder de transformar nuestras relaciones en vínculos más sinceros, más gratificantes y más amorosos.